jueves, 25 de marzo de 2010

Capítulo 34 - Declaración de Intenciones

Cerrar los ojos sería pedir demasiado.


Podría mirar a otro lado, cruzarme de acera, e incluso hacerme la loca… pero todo eso acabaría consumiéndome como papel de fumar.

Tengo que decirlo, no me gustan los que presumen de su humildad ni los que aplastan con su arrogancia, ni los Don Juanes que van por ahí haciendo la parodia del artista. No me gustan tampoco aquellos que presumen de lo que saben (sin saber más porque los demás sabemos que lo saben, y créeme que acabamos sabiéndolo). Detesto a los que premian a los portadores de títulos con sus puros y sus buenas maneras mientras otros le limpian las botas a sus orgullos.

No entiendo a los que se cuelgan medallas de otros ni a los que le cuelgan a los demás las suyas propias para que inclinen la cabeza.

Me repugnan aquellos que le ponen precio a todo lo que ven, explotan la inocencia de un niño o abusan de su poder sólo por demostrar quién es el más fuerte.

Desprecio a todos esos héroes impuestos o auto-coronados que van pendiente de quien le ensucia los zapatos y miran por encima del hombro antes de dejar propina.

No tolero a los impuntuales, ni a los que buscan el aplauso fácil, ni esos otros tantos graciosillos que van poniéndole subtítulos a todo lo que se dice.


¿Por qué digo todo esto sobre todo ahora?


Porque estoy cansada de salir a la calle , enmudeciendo mis ideales, porque no me gusta en lo que me convierten al callarme, ni en el monstruo que son capaces de hacer de mi. Me niego a ser cómplice de todo eso, y es realmente difícil evitarlo. Tendemos a joder cuando nos joden y a reflejar toda la rabia que se vierte sobre nosotros.

No se confundan que soy juez y parte, que me siento rodeada de testigos, pero lucho, luchamos, nos negamos a la realidad, aguantamos los golpes hasta creer que vamos a perder el conocimiento y cerrar los ojos, pero claro, cerrar los ojos sería pedir demasiado, es realmente fácil, y a mí nunca me han gustado las cosas fáciles.

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